Los partidos de la ultraderecha culpan a Ariel Sharon de la última masacre en Gaza. Argumentan que su plan de descolonización de la Franja ha provocado el rearme de Hamas y el lanzamiento de cohetes. Contraponen esta situación a la de Cisjordania y Jerusalén, donde desde los acuerdos de Oslo de 1993 hay 300.000 colonos más. Sin embargo, esta expansión ilegal lo que ha hecho es sumir a los palestinos en la miseria más absoluta.
Muchos prefieren pasar hambre a marcharse de su tierra. Es el caso de Said Saluahari y Umm Kamel, dos ancianos, hombre y mujer, cuyas vidas han quedado destrozadas por la acción de los colonos en la que está llamada ser capital de los dos estados, según la ONU.
Said es un beduino de 70 años. Su granja ocupaba una hectárea de tierra roja, de cultivo, y ahora es el terreno elegido para erigir una nueva colonia en Jerusalén Este. El asentamiento, que tiene aspecto de gran urbanización y acogerá a 3.000 familias, está unido a la ciudad, como un barrio más.
Las casas llegan prácticamente hasta la puerta del poblado de chabolas de Said, donde viven cuarenta personas en total, una única familia, el clan Saluahari. Detrás de los armazones bajo los que se cobijan, el muro cierra el paso a Cisjordania y corta el suministro de agua a sus chabolas. Afortunadamente, cuentan con un pequeño pozo, pero aún así, necesitan recoger el agua de lluvia en grandes barreños y dos bañeras viejas. En Jerusalén ha llovido dos días desde marzo.
Beduino sin cabras
Este pastor beduino ya no tiene cabras. La poca tierra que le ha quedado está demasiado cerca de la ciudad y ahora necesita un permiso del veterinario municipal. Pese a que la ciudad ha engullido sus chabolas, no se les ha concedido la ciudadanía de Jerusalén. No pueden pisar la ciudad. Su única salida es bordear la colonia por una carretera que corre pegada al muro y que les lleva hasta Belén, el único lugar en el que están autorizados a buscar trabajo, vender hortalizas o recibir atención médica.
Por contra, los alimentos procedentes de la ciudad cisjordana están vetados para los Saluahari. Están obligados a comprarlos en Jerusalén, donde los productos de primera necesidad quedan fuera de su alcance.
Esta ley esquizofrénica provoca que su único modo para subsistir sea ahorrar en todo, lo que incluye la comida y, por supuesto, el agua. Aún así, de no ser por los alimentos que les llevan otros palestinos desde la capital, se morirían de hambre.
También tienen prohibido el acceso al gas y a la gasolina. Cocinan al aire libre, con leña. Said se salta la ley y guarda una pequeña bombona de gas como último recurso. «Nuestra única suerte es que ya teníamos electricidad antes de que construyeran el muro», ironiza el beduino, que combate el frío con varias prendas de abrigo una sobre otra.
Una historia que se repite
Hay varios tipos de colonias en Jerusalén. Las metropolitanas, como la que se come el terreno de los Sauáhari, son urbanizaciones cercanas a la ciudad, en tierra cisjordana. Tienen entre 20.000 y 60.000 habitantes y conforman lo que se conoce como la Gran Jerusalén.
Todas se construyen dominando pequeñas colinas y sus murallas les dan un aspecto de castillo moderno y amenazante. Las colonias urbanas, como la que están levantando frente al poblado de familia de Said, son las que van ampliando el casco urbano de Jerusalén, haciendo crecer la ciudad más y más.
Una valla impide a los habitantes del poblado acercarse a la colonia. Además, los asentamientos judíos cuentan con una doble seguridad: por un lado, los puestos del Ejército y, por otro, empresas privadas. Lo común es que estas compañías de seguridad acaben contratando a los jóvenes colonos que viven en el asentamiento, lo que da cobertura a una pequeña estructura paramilitar dentro de la colonia. Fuera, el Ejército patrulla las carreteras.
Otros palestinos son quienes construyen la colonia que cerca el poblado de los Saluáhari como una maldición. Son la mano de obra más barata. Además, el empleo en una constructora o en una fábrica israelí ha acabado por convertirse en un arma de doble filo. «El Estado israelí rescató una ley que data de la dominación turca, según la cual, si un agricultor deja de trabajar su tierra durante tres años, pierde sus derechos sobre esa propiedad. Pueblos enteros palestinos perdieron sus tierras por trabajar en polígonos industriales sin conocer esa ley» asegura Sergio Yahni, del Alternative Information Center (AIC).
Nunca dejará su tierra, promete Said. Sin embargo, la precaria situación en la que viven ha acabado por dividir a su familia. Su sobrino ha aceptado poner una antena telefónica, de la compañía Cellcom, en el techo de su chabola. Recibe algo de dinero por el alquiler, y la empresa ha vallado con rollos de alambre de espino su repetidor. Said está muy dolido con su sobrino, porque está seguro de que la señal que emite es perjudicial para la salud.
No ha oído hablar de que provoca cáncer, pero entre la comunidad se ha extendido que acaba convirtiendo estériles a los hombres. Said está ya demasiado viejo y tiene ocho hijos: cuatro hombres y cuatro mujeres. Está orgulloso de que ninguno haya dejado el poblado donde él nació.
A Umm Kamel, una palestina del barrio de Seikh Jarrah, los colonos la asfixiaron. Esta mujer se ha convertido en el símbolo de la resistencia frente a las colonias en los barrios árabes. Ella sí es ciudadana de Jerusalén. Sus hijos, ya mayores, se casaron y se marcharon.
La dejaron sola con su marido. Fue entonces cuando unos colonos se metieron en su casa y se apropiaron de la mitad de la vivienda que se había quedado vacía. Como un cáncer, el asentamiento fue creciendo sin cesar dentro de los muros de su propio domicilio.
La pesadilla duró hasta la noche del 8 de noviembre, cuando los colonos acabaron por echarlos. Su marido, enfermo de diabetes, tuvo que ser hospitalizado. Umm Kamel, decidió trasladarse a una tienda en un solar cercano a su casa, en el que resiste desde el 14 de noviembre. Al igual que el de Said, su dignidad le impide resignarse y guarda celosamente la llave de su casa.
Su marido, Abu Kamel, de 69 años, murió en el hospital de un infarto al corazón apenas una semana después de que Umm Kamel se trasladara a la tienda. Ella no acudió al hospital, pero quienes la apoyan llevaron el cadáver hasta el campamento. Desde entonces, en el solar hay varios carteles en árabe con un fotomontaje con el rostro de su marido muerto y la mezquita de Al-Quds al fondo.
El valor de Umm Kamel la ha hacho famosa entre la comunidad palestina de Jerusalén. Recibe a diario la solidaridad de sus vecinos y su tienda de campaña siempre está repleta de palestinos y de cooperantes internacionales que la visita. Juntos se calientan en el fuego que arde todas las noches junto a la puerta de la tienda iluminada con un generador de gasolina.
Referente de la comunidad palestina
«Recuperaré mi casa, aunque tarde un millón de años», asegura Umm Kamel. La traductora voluntaria afirma que la mujer hace unas semanas tenía miedo de hablar, pero que, poco a poco, va cogiendo aplomo y ya mira fijamente a los ojos de quienes acuden a escuchar su historia y no a los del traductor.
Es la segunda vez que Umm Kamel tiene que abandonar una vivienda. Fue expulsada de su casa en 1948, recibió el estatus de refugiada y huyó a Jordania, a su primera tienda de campaña. En 1965, logró regresar al país y se estableció en la casa de la que acaban de expulsarla.
Ahora, su estatus queda en un limbo legal, ya que no recibe cobertura legal ni de Jordania, ni de la Autoridad Palestina. La batalla en los tribunales israelíes acabó por convertirse en una cadena de humillaciones.
El proceso es demasiado costoso para ella y, además, su caso choca contra una perversión legal conocida como la Ley del Ausente, que permite a los colonos sionistas ocupar cualquier casa si está `deshabitada' cuando entran.
La vivienda de Umm Kamel está totalmente reconstruida y la llave que guarda ya no abre la puerta. El edificio se encuentra cerca de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Su expulsión no fue fruto del fanatismo de unos pocos radicales. Las organizaciones humanitarias, como el AIC, denuncian los planes de Israel para establecer un cordón de casas judías en el barrio de Seikh Jarrah para dividir la zona árabe y dejar a los palestinos de ambos lados del corredor sin comunicación.
Además de la agresión directa de los colonos, Israel utiliza la presión económica para expulsar a los palestinos. Los alquileres en esta zona de la ciudad se han disparado los últimos años y ahora la media es de 1.500 euros al mes, lo que provoca serios problemas de hacinamiento entre los árabes.
Sin embargo, Israel se ha estrellado contra el valor de Umm Kamel y no sabe cómo actuar. Durante las primeras seis semanas del campamento, el solar fue arrasado hasta en cinco ocasiones por los soldados israelíes, tres antes de la muerte del marido y dos después. Destrozaron todo con sus buldózers. Umm Kamel se pregunta: «¿Qué clase de país es éste, quetiene miedo de una mujer en una pequeña tienda?»
Fuente: Gara
No hay comentarios:
Publicar un comentario