El problema, como bien decía Voltaire, es que “la idiotez es una enfermedad extraordinaria, porque no la sufre el enfermo, sino que la sufren los demás”; y esto es exactamente lo que está ocurriendo con la última salvajada del actual gobernante israelí.
El primer ministro derechista ni se ha inmutado con su última y gravísima metedura pata, pero con ésta ha conseguido poner de nuevo al rojo vivo la explosiva región de Oriente Medio y ha conseguido que Israel pierda al único aliado musulmán que tenía, Turquía, país con el que no sólo tiene relaciones diplomáticas (aunque quién sabe hasta cuándo), sino que incluso realizaba maniobras militares conjuntas. Ha puesto, asimismo, en un serio aprieto a su mayor aliado occidental, Barack Obama, quien, si bien reniega del ardor guerrero de su antecesor George W. Bush, ha sido incapaz de condenar el acto de piratería israelí —probablemente por miedo al poderoso lobby judío estadunidense— como sí lo hizo en cambio hace pocos días con su clara condena a Corea del Norte por su ataque marítimo contra un navío surcoreano.
Como bien reflejaba un analista israelí en un artículo publicado por el diario Haaretz hace dos días, el país no está en manos de un solo idiota, sino de varios “idiotas”, entre ellos dos halcones muy insignes: su ministro de Defensa, Ehud Barack, y el ministro de Relaciones Exteriores, Aviador Lieberman.
Pues bien, en manos de este trío de halcones está el futuro de gran parte de la estabilidad mundial, porque no olvidemos que la madre de todas las crisis internacionales es la sangrante cuestión palestina y su falta de un Estado independiente, que acabe con la ocupación israelí.
En su idiotez extrema, Netanyahu cree que matando al perro se acabó la rabia; que matando y apresando activistas pro-palestinos camino de Gaza se acaba con la voluntad de miles de pacifistas de intentar romper el inhumano bloqueo impuesto por Israel a la franja. Todo lo contrario, lo único que ha conseguido es que la opinión pública mundial se entere, si es que se le había olvidado, de que los habitantes de Gaza llevan cuatro años encerrados en un guetto y que, desesperados por el olvido en el que se encuentran, empezando por el de sus “hermanos” árabes y por el veto sistemático de Estados Unidos a cualquier resolución de la ONU de condena a Israel por este castigo, sólo encuentran alivio en la lucha armada contra el invasor que les ofrece Hamas.
Además de hundir la imagen no ya de su gobierno, sino injustamente de todo Israel, visto por la mayoría de la opinión pública mundial como una amenaza para la seguridad global y como un Estado “antipático”, Netanyahu refuerza con sus actos el prestigio de las organizaciones palestinas más radicales y debilita aún más la corriente moderada del presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abás, a quien no le queda más remedio que endurecer su postura después del abordaje en alta mar y dar por muerto el enésimo intento de relazar el diálogo israelo-palestino.
Está claro que personajes como Netanyahu, que además de idiota cree que los demás lo somos, al tratar de vender como viable un futuro Estado palestino lleno de asentamientos judíos, perpetúa hasta lo intolerable la crisis de Oriente Medio. Mientras permanezca Netanyahu en el poder, la esperanza de paz en Oriente Medio es tan mínima como su coeficiente intelectua
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