sábado, 25 de abril de 2009

Cada vez una casa


En la barriada Sadiyya, situada en el interior de la zona musulmana de la Ciudad Vieja de Jerusalén, nos encontramos con el hogar de la familia Jaber. Allí, tres de sus miembros, así como la familia Karaki, han estado viviendo con sus padres y después con sus esposas y niños desde la década de 1930. Como la mayoría de los hogares que se hallan dentro de la Ciudad Vieja, el espacio residencial tiene una zona central abierta compartida por quienes viven en él.

Hace seis años, la policía israelí llegó hasta la casa y le dijo a Nasser Jaber que su casa ya no pertenecía a su familia sino a los colonos israelíes de la organización mesiánica de extrema derecha Ateret Cohanim, cuya ideología racista está estrechamente alineada con Kach, un partido político que postula la expulsión de los palestinos. Pero cuando el tribunal colonial israelí envió a su policía a investigar, decidió que, en efecto, el hogar pertenecía a la familia Jaber. La escena se repitió al año siguiente, en 2004, cuando el juez llegó para investigar a quién pertenecía la casa. De nuevo, después de visitar a la familia y consultar diversos documentos, decidió que el hogar pertenecía a la familia Jaber. Pero la historia no terminó ahí.

El 2 de abril pasado, mientras Nasser se encontraba visitando a su madre en la cercana barriada de Wadi Joz, cuarenta y dos colonos israelíes de Ataret Cohanim, armados con M-16, destrozaron la puerta de la casa y confiscaron el apartamento que pertenecía a Hazem Jaber. Perpetraron tal acción a las 02,30 horas de la madrugada y en ella contaron con la ayuda de las fuerzas especiales israelíes. La mezquita de la barriada alertó a las familias de la zona y enseguida se empezó a luchar en la calle. Veinte palestinos, incluidos mujeres y niños, sufrieron los golpes de las fuerzas especiales de la policía, siendo siete de ellos arrestados, incluido Naser, sus hermanos y su hijo. Sami al-Jundi, uno de los vecinos de Nasser que resultó golpeado observó: “No utilizaron balas ni bombas de gas lacrimógeno. En su lugar nos golpearon con palos y nos rociaron con un spray de pimienta. Porque saben que tan pronto como se derrame sangre palestina por las calles de la Ciudad Vieja se iniciará una tercera intifada”.

Umm Alaa Jaber, que se integró en la familia al casarse con uno de sus miembros hace cincuenta y cinco años, con las paredes de esta casa como testigos de su boda y del nacimiento de sus nueve hijos, cree que la lucha por su casa y su barriada es para forzarles a la sumisión. Por eso subrayó: “Esto es exactamente igual que en Gaza. Aquí sucede lo mismo que en Gaza. Todo aquel que se moviliza sale malparado. Y la razón por la que golpean a los niños es para meterles el miedo dentro y que no luchen contra la ocupación. Y ahora se han alojado con su odio dentro de nuestra casa”. Para las mujeres de las familias Jaber y Karaki ha sido especialmente difícil tener que soportar que hombres extraños ocupen sus hogares e invadan su privacidad. Umm Alaa expresó sobre su terrible experiencia: “Mis ojos están cansados de tanto llorar, también mi corazón”.

Con dos colonos israelíes ocupando de forma ilegal casas palestinas desde la década de 1980 unas cuantas puertas más allá de la morada de la familia Jaber, los palestinos del barrio de Sadiyya se han puesto a trabajar todos juntos para que no sea ése el destino del hogar de la familia Jaber. Al principio consiguieron sacar a los colonos de la casa, pero la pasada semana el tribunal dictaminó que cada familia –los Jaber y los colonos- podrían tener guardias en la casa. Así, Ateret Cohanim envió algunos miembros de su compañía privada de seguridad para guardar el apartamento de Hazem Jaber armados con M-16 dentro de la casa. Sin embargo, a los palestinos no se les permite tener sus propias armas ni sus propias compañías de seguridad que pudieran proteger a la familia Jaber. Y aunque, según los Jaber, el grupo israelí Peace Now prometió enviarles guardias, todavía no lo han hecho.

Nasser Jaber confiaba en que la vista que se celebró en el tribunal la pasada semana reafirmaría que su casa pertenece a su familia. Sin embargo, la fecha en la que el tribunal tenía que comunicar tal decisión viene aplazándose desde el 2 de abril. Para Nasser y su familia, así como para la gente de la barriada, no se trata sólo de su casa. Nasser dijo: “Cuando hablamos de la situación de nuestra casa estamos hablando también de la situación en todo el país, en la ciudad, en cada casa”.

En efecto, la casa de la familia Jaber es un símbolo de la lucha de resistencia ante las prácticas de limpieza étnica del régimen colonial israelí. A diferencia de las cercanas barriadas de Silwan o Sheikh Jarrah, donde cientos de familias palestinas han recibido aviso de desahucio –porque está previsto demoler sus hogares para que los colonos israelíes puedan ocupar sus tierras-, el ritmo de anexiones en el interior de la Ciudad Vieja es más cauteloso pero no menos firme. En la Ciudad Vieja, como en todas partes, los tribunales, la policía y los colonos trabajan como un solo equipo para desposeer a los palestinos. Sin embargo, sin una fuerza policial ni un sistema legal que proteja en Jerusalén a los palestinos, y sin que la mayoría de ellos puedan desplazarse y entrar en la ciudad, cada vez es más difícil para los palestinos poder resistir de una forma coordinada la desposesión de sus hogares. Sin embargo, los palestinos bajo amenaza en cada una de esas barriadas están dispuestos a combatir por su derecho a vivir en su tierra.

Lo que resulta significativo en la batalla de la familia Jaber por su hogar es la forma en que esta lucha es emblemática de los dos procesos paralelos que Israel está utilizando para judaizar la tierra: anexión sigilosa y aplazamiento de las negociaciones. Desde que Israel ocupó Cisjordania y Gaza (así como otros territorios árabes), la limpieza étnica ha sido lenta pero constante, a diferencia de los cientos de miles de palestinos desarraigados tanto en 1948 como en 1967. Una casa o una barriada en cada ocasión y los palestinos se van viendo despojados de su tierra. Y, al igual que la familia Jaber se encuentra con que el tribunal va retrasando una y otra vez la decisión sobre su hogar, durante los últimos dieciséis años los palestinos han experimentado las realidades del proceso de Oslo como un proceso de retrasos y aplazamientos.

Aunque para una parte del mundo la palabra Oslo signifique “proceso de paz”, para los palestinos Oslo ha sido tan sólo una escalada en la confiscación de sus tierras, entre otras muchas más cosas. Bajo Oslo, Israel ha ido aplazando continuamente la negociación de las cuestiones clave que habrían llevado a una solución justa, especialmente en lo relativo al derecho al retorno de los refugiados palestinos y Jerusalén. Los palestinos de la barriada de Sadiyya saben demasiado bien que un aplazamiento implica que los colonos israelíes utilizan ese proceso para establecer nuevos “hechos sobre el terreno”. Pero los habitantes de Sadiyya están dispuestos a continuar su resistencia en apoyo de sus vecinos porque saben que ésta no es sólo la batalla de los Jaber sino la batalla de todos por su ciudad y por su país.

Narcy Newman
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández



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