
Decir que «el problema de los refugiados palestinos debe resolverse fuera de las fronteras de Israel» es garantizar que el conflicto no se va a resolver, además de atacar directamente a una de las reivindicaciones básicas del pueblo palestino en su lucha por su supervivencia nacional. Israel lleva defendiendo esta política desde 1948 y el conflicto sigue más vivo que nunca.
Subrayar que Jerusalén, la ciudad que el sionismo ocupó ilegalmente en 1967, será «la capital indivisible del Estado judío» que los palestinos deben obligatoriamente aceptar también es perpetuar el conflicto, surgido de la marginación que padecen quienes no profesan la fe de Israel.
Lo que «ofrece» Netanyahu es más de lo mismo: perpetuar la actual situación de dominación en la que el pueblo palestino seguirá siendo sometido por el ocupante sionista. Llamarle a eso «solución de los dos estados» resulta obsceno.
Gara
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