Las familias ya comenzaron a mudarse a los 91 apartamentos del complejo de lujo que albergará a 240 colonos judíos en el vecindario árabe de Jabel Mukaber, donde viven 25.000 palestinos en las afueras del sudeste de la ciudad.
El predio del complejo, de construcción privada pero autorizada por el gobierno israelí, se llama “Nof Zion” (Vista de Sión). Paradójicamente, es el nombre de una de las principales vías de acceso a la colonia que generó revuelo político entre los israelíes. Por ahora, en la placa de la calle se puede leer: “Calle 8070: Nombre provisorio”.
A principios de este mes, el municipio bajo control israelí anunció que la 8070 llevará el nombre permanente de Shaike Ofir, en recuerdo de uno de los actores cómicos más reconocidos de Israel.
La viuda de Ofir, Lydia, asegura que no se le informó que la nueva colonia está ubicada en el corazón de un barrio palestino. Se le habría hecho creer que la calle en homenaje a su difunto esposo estaba en un cercano vecindario judío que Israel construyó luego de la ocupación en 1967, más allá de la antigua línea divisoria entre Jerusalén oriental y occidental.
Para Lydia, al igual que para muchos israelíes, eso habría sido aceptable en función del consenso nacional que existe en torno a la “Jerusalén Unida”, a la que consideran su capital.
Pero ahora Lydia quiere retirar su consentimiento. “Estoy segura que Shaike no hubiera querido que la calle de una colonia llevara su nombre”, declaró. Para su hija, Karine, la decisión es “bizarra, ridícula y patética”.
Los palestinos que viven a la sombra del complejo no emplean esas palabras para calificar a sus nuevos vecinos. “No tenemos nada contra los judíos, pero nos están expulsando con su colonización”, dijo Muhammad Hamoudi Issa.
Junto a su esposa y cinco hijos ocupan una sola habitación en la casa familiar, una edificación de dos pisos de concreto contigua al complejo de lujo, que comparten con los padres de Muhammad, sus dos hermanos y sus respectivas familias.
Muhammad explica que para la construcción de la colonia judía se le expropiaron a la familia palestina 4.000 metros cuadrados de su terreno. Como ocurre con muchos de los palestinos que residen en Jerusalén oriental, los Issa no poseían los títulos oficiales de propiedad sobre la tierra, aunque la misma les ha pertenecido “por generaciones”.
Hace 10 años intentó construir su propia casa en el jardín, pero no obtuvo el permiso. Al final, las autoridades lo obligaron a demoler lo construido. Lo único que queda son un montón de vigas de hierro que sobresalen del terreno de piedra caliza.
Esta pequeña historia resume la batalla por Jerusalén oriental que libran israelíes y palestinos, y llama la atención sobre la guerra diplomática por el futuro control de esta parte de la ciudad, con respecto a la cual el gobierno de Estados Unidos aún no ha definido su posición.
Además de los vecindarios israelíes de Jerusalén oriental –que el resto del mundo considera colonias–, con una población de 200.000 habitantes, más del 25 por ciento del total de la ciudad, aproximadamente 2.000 colonos judíos se instalaron en el corazón de comunidades palestinas.
La organización no gubernamental israelí Ir Amim, que vigila las políticas de ocupación israelí en la ciudad, reveló que en el primer semestre de este año avanzaron considerablemente los planes oficiales para aumentar esas cifras en las comisiones de planificación municipal.
Esto permitirá que al menos 750 colonos más se arraiguen en “sitios estratégicos” de Jerusalén oriental en un momento crítico de la coyuntura diplomática. Uno de los proyectos de expansión abarca al complejo Vista de Sión, en Jabel Mubaker.
Washington presiona para que se congele la construcción de proyectos israelíes en todos los territorios ocupados palestinos. Pero el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu insiste que “no le incumbe a nadie” salvo a Israel definir cuántos judíos viven en Jerusalén, y dónde.
Pero sus palabras no mitigan la inquietud de los residentes de Vista de Sión. “¿Por qué hay tanta provocación contra nuestra residencia aquí? Esta atención sobre el vecindario sólo pondrá en riesgo la próxima etapa del proyecto”, protestó iracundamente un hombre. “¡Fuera!”, agregó de manera intimidante.
Inmutable en un automóvil que lleva la leyenda “Seguridad”, un hombre con un arma de fuego enfundada en la cintura se negaba a intervenir. “Aquí no hubo problemas y tampoco los espero de parte de los árabes”, sostuvo. Pero es evidente que los colonos se perciben como intrusos en su nuevo entorno. El vehículo de seguridad está estacionado permanentemente en la entrada del complejo “por las dudas”.
Los portones de hierro se abren por control remoto para dejar pasar a un pequeño vehículo. Es la agente inmobiliaria Rinat Sylvester: “Los apartamentos de cuatro y cinco dormitorios se venden entre 400.000 y 600.000 dólares. Y sólo me quedan cinco a la venta”, señaló.
Sylvester se despachó sobre la “vista” del complejo y negó la preocupación por la fricción con los vecinos palestinos. “Esto debe verse como un modelo de convivencia entre judíos y árabes”.
El comediante Shaike Ofir tenía una manera propia de reírse del llamado síndrome de convivencia del “diálogo único”.
En una de sus piezas humorísticas, un profesor árabe que enseña literatura en una secundaria israelí intenta despertar el interés por el escritor inglés William Shakespeare en su clase. Con el soliloquio “Ser o no ser” de Hamlet, se explaya sobre la belleza del monólogo.
“¿Qué es un monólogo, preguntas Hamid? Un monólogo es cuando una persona habla consigo misma. ¿Y un diálogo? Un diálogo es cuando dos personas hablan consigo mismas”.
“Ahora no nos hablamos”, afirmó Muhammad Issa. “Era mucho mejor cuando vivían en sus zonas y nos dejaban vivir en las nuestras”.
Tampoco funciona al nivel de los juegos. Un conjunto de toboganes coloridos y hamacas adornan una nueva plaza de recreaciones infantiles en el extremo de la colonia. No se permite el ingreso a niñas y niños palestinos.
Una mujer palestina observa las hamacas detrás de una cerca de hierro. “No me molestaría si alguien hubiera instalado una plaza para nuestros hijos. No tienen dónde jugar”, manifestó.
Los servicios que ofrece Vista de Sión, con su bien organizada recolección de residuos, calles bien construidas y luces públicas adecuadas, contrastan con el descuido a sólo 50 metros de distancia, donde comienza el resto de Jabel Mukaber.
“Dios mío, perdí el autobús”, se despide la mujer.
Hace unos años, perder el ómnibus en Jerusalén oriental hubiera sido un gran problema.
Pero ahora el transporte público está en manos de empresas palestinas privadas. Los autobuses pasan con frecuencia y puntualidad. Es uno de los pocos cambios positivos en la vida cotidiana de los 250.000 palestinos que procuran sobrevivir al limbo en el que se encuentra la parte ocupada de la ciudad.
pic
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