Amnon Kapeliouk era un periodista de raza, de los que quedan pocos, consustanciado con el oficio, que interrogaba incesantemente, tomando nota de cada detalle. Escudriñador, cautivador, indiscreto, en suma: un investigador incansable. Estaba convencido de que la función -social, cívica, democrática- del periodista consiste siempre en sacar a la luz la verdad, develando la información disimulada. Ya que aquélla es a menudo escondida, ocultada, travestida por los poderes.
Era también un hombre extremadamente culto, coleccionista, melómano y amante de la pintura, que no dudaba en ir hasta el fin del mundo para encontrar tal pinacoteca desconocida, y admirar por fin un determinado cuadro. Su esposa Olga, lingüista mundialmente conocida, contó cómo descubrió Amnon la capital francesa a principios de los años 1960: cada día, elegía uno de sus distritos, y surcaba cada una de sus calles, exploraba sus rarezas, visitaba todos sus museos.
Metódicamente, del primero al vigésimo... Amnon nació en Jerusalén en 1930, en el seno de una familia judía, sionista, laica y progresista, venida de Ucrania. En su primer pasaporte, en "País de nacimiento" decía "Palestina", la del Mandato que la Sociedad de las Naciones había confiado, en 1922, al Imperio Británico. Si habrá vivido tragedias, Amnon, en esas tierras, a lo largo de sus 78 años.
Creció en una ciudad donde la comunidad árabe-palestina era por entonces muy importante, de ahí que haya aprendido el árabe, alentado por su padre, el gran arabista Menahem Kapeliuk. Amnon adoraba esa lengua, la saboreaba, alababa su musicalidad, su riqueza, su refinamiento. Afirmaba con gran orgullo que la leía, escribía y hablaba "sin acento". Esto -y también su pasaporte francés- le permitió, además, realizar reportajes en casi todos los Estados árabes, para el diario más importante de Israel, Yediot Aharonot, cosa que ningún otro periodista israelí hizo nunca.
Esta familiaridad con la cultura árabe le hizo sensible al gran infortunio palestino. Al mismo tiempo que denunciaba las prácticas terroristas, se convirtió en un infatigable defensor de los derechos de ese pueblo. Se reunió con los dirigentes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), trabando estrecha relación con sus dirigentes, en particular, con su jefe histórico Yasser Arafat, a quien entrevistó en 1982 poniendo en riesgo su vida, en una Beirut rodeada y bombardeada por el ejército israelí, y de quien escribió una excelente biografía (2).
Sentía aprecio por el "Viejo". Eso era evidente. Bastaba verlos juntos. Poco antes del fallecimiento del líder palestino, en 2004, Amnon se empeñó en presentármelo. Llegamos a eso de las siete de la mañana a la Muqata, la residencia situada en Ramallah, Cisjordania, donde el Presidente palestino se encontraba hacía tres años en "arresto domiciliario", por decisión de Ariel Sharon, Primer Ministro israelí en ese momento. Se nos hizo esperar en un saloncito horrendamente decorado, en el que ya esperaban algunos viejos compañeros de lucha. Varios de esos veteranos, mitos vivientes para la juventud palestina, habían estado en todas las guerras: 1948, 1967, 1970, 1973, 1982... y las habían perdido todas. Pero ahí estaban, de regreso por fin en su tierra de Palestina; y todos recibieron a Amnon, el amigo israelí, con fuertes y sinceros abrazos de amistad.
Poco después hizo su entrada Arafat. Agotado, y como alucinado. Daba la impresión de haber pasado una eternidad sin dormir. Padecía una enfermedad que le provocaba un temblor constante del labio inferior, y daba la penosa impresión de un balbuceo permanente. Según Amnon, era la consecuencia de un envenenamiento ordenado por Ariel Sharon.
Sin ningún protocolo, Arafat se encaminó directamente hacia Amnon y lo estrechó entre sus brazos, con afecto y respeto. Se apartaron en un rincón de la habitación y entablaron de inmediato una larga conversación en árabe. Kapeliuk hablaba, explicaba. Arafat escuchaba, preguntaba. "¿De qué han conversado durante tanto tiempo? -pregunté a Amnon apenas salimos-, parecía como si le estuvieras haciendo una exposición sobre la geopolítica planetaria". "¡Para nada! –Respondió soltando una carcajada-. Sólo quería saber si el equipo de fútbol de Sakhnine tenía posibilidades de ganar la Copa de Israel" (3).
Así era Amnon Kapeliouk, un intelectual de izquierdas abierto a todos los temas, cálido y amable, desbordante de humor, narrador infatigable de anécdotas extraídas de sus mil y una experiencias de reportero trotamundos, enamorado de su país, Israel, pero severo fustigador de todas sus extremas derechas. Falleció el 26 de junio pasado. Le Monde diplomatique pierde a un periodista irreemplazable. Y a un gran amigo. Vayan nuestros más solidarios pensamientos hacia su esposa Olga, sus dos hijas y sus nietos, sin olvidar al fiel Poncho.
Le Monde
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