Susya es una comunidad formada por pocas familias. En total son unas 400 personas desplazadas de su pueblo original donde vivían en cuevas desde 1986. Ahora se asientan cerca de Hebrón, a unos 500 metros a una colonia de israelíes y soldados declarada ilegal por la Ley Internacional.
Han sufrido varias expulsiones y han reclamado su derecho a permanecer allí donde tenían sus tierras de cultivo y de pasto para el ganado. La Corte Israelí les permitió permanecer en la zona de la que habían sido expulsados, pero les denegó el permiso de construir, con lo cual se ven abocados a vivir en tiendas.
La zona cuenta con pozos de agua subterránea, pero a los palestinos se les prohibe el acceso y se ven forzados a llevarla en un camión cisterna. La escasez de agua merma los cultivos y muchas familias han tenido que vender parte de su ganado. El acceso a la carretera que conduce a Yatta en unos diez minutos también les está prohibido. Incluso en caso de emergencia médica tienen que acceder por otra carretera y les cuesta llegar unos tres cuartos de hora cuando por la ruta directa a Yatta son unos pocos kilómetros.
En la zona de Susya no hay servicios sanitarios, ni escuela. Muchas familias sólo disponen de un tractor como medio de transporte. Las condiciones de vida son durísimas y esto hace que algunas familias vivan separadas. Por ejemplo, la madre o hermana mayor se asienta con los niños, ancianos o enfermos en un pueblo con acceso a servicio sanitario y escuela, y el resto de la familia en Susya haciéndose cargo del ganado.
Se trata de la estrategia utilizada por Israel para continuar con su limpieza étnica. En este caso, haciendo que las condiciones de vida de los palestinos sean insufribles para forzarles al exilio.
Dormimos en una tienda que tiene un agujero provocado por el fuego. El fuego que prendieron no hace mucho unos colonos por la noche. La familia nos cuenta que muchas veces vienen con la cara tapada, matan ganado, rompen sus ropas o, como en aquella ocasión, intentan prender fuego a la tienda.
Veo estampas que se me hacen inasumibles: dos niños pastoreando y los soldados armados impidiéndoselo. A pesar de todo los niños no pierden la sonrisa. Los soldados casi siempre son muy jóvenes, hijos de esta sociedad enferma basada en la estructura militar, el colonialismo y el sionismo. Algunos son altaneros, arrogantes, violentos; en otros, sobre todo los provenientes de países árabes, se vislumbra un halo de mala conciencia. Algunos porque tratan de convencer y de convencerse de que no maltratan a los palestinos. Otros, porque no sostienen la mirada.
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